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martes, 3 de marzo de 2015

Encuentro con un duende

Mitsukurina owstoni. Foto: Toño Maño.
«Tengo un mitsukurina congelado en Vigo» (SMS recibido a las 13:55 del viernes 13 de febrero de 2015). Y casi me da un patatús. Apenas había transcurrido un mes desde lo del Chlamydoselachus, y me encuentro este nuevo mensaje de Rafa Bañón, más lacónico que de costumbre (tal vez para picarme), haciéndome saber que otro de mis sueños más queridos lo tenía él metido en uno de sus arcones como quien guarda un paquete de guisantes. Arreglamos para encontrarnos el martes siguiente en Vigo.

El encuentro. La literatura científica señala que el cuerpo del tiburón duende es muy blando, con una musculatura sumamente laxa, pero hasta que no lo tienes ahí delante, desparramado, más que tendido, sobre la mesa y empiezas a examinarlo y a sobarlo bien sobado, no te das cuenta de lo que esto significa de verdad.
Foto: Toño Maño.
Lo primero que vi fue un cuerpo alargado y esbelto del que sobresalía, como un capirote, la forma abultada de la cabeza, con su larguísimo morro y su inconfundible mandíbula superior, totalmente proyectada hacia delante. Nunca en ningún otro tiburón observé con tanta claridad que aquella estructura, que parecía querer desgajarse del resto del cuerpo, se mantenía únicamente gracias a los cartílagos mandibulares, que elevaban y sostenían la delgada capa de piel y fina musculatura como el entramado de varillas sobre el que montamos la lona de una tienda de campaña. Estaba convencido de que, sin ese sostén, lo que habría quedado no tendría un aspecto muy diferente del de un trapo empapado y dejado por ahí de cualquier manera.
 
Foto: Toño Maño.
En una primera mirada el tiburón duende se nos muestra como un ser grotesco y deforme, algo así como la imagen clásica del tiburón vista bajo la luz enferma del esperpento. Los japoneses lo conocen como tenguzame, voz derivada de tengu, uno de los monstruos o seres fantásticos de su mitología, que solía representarse con un rostro mitad humano mitad ave de presa rematado en una larga nariz. El término "tiburón duende" (tal vez sería más exacto llamarlo "tiburón trasgo") es su traducción.

Parecía que el cuerpo de nuestro tenguzame había padecido demasiado en su largo viaje desde el aparejo del Gonzacove Dos, el arrastrero con base en Vigo que lo había capturado el pasado 10-II (que, por cierto, ya lleva unos cuantos mitsukurina), hasta el arcón donde lo tenía Rafa. Pero no. Cuando sostienes su cabeza y compruebas por ti mismo la estructura y movimiento de sus mandíbulas, observando como se articulan y encajan en el diseño del conjunto, te das cuenta de que en realidad estás ante una criatura excepcional, única, un portento de la evolución. Y además de una extraña belleza.

Estaba absolutamente fascinado.


Un tiburón primitivo. La verdad es que su aspecto físico no engaña. El mitsukurina es uno de los tiburones más primitivos de cuantos existen. Su linaje procede directamente de la primera mitad del Cretácico, hace unos 125-110 millones de años. En aquel entonces la familia Mitsukurinidae constaba de tres géneros, Mitsukurina, Scapanorhynchus y Anomotodon, de los que solo ha sobrevivido el primero. Los primeros restos fósiles del tiburón duende actual datan de mediados del Eoceno, unos 49-37 millones de años atrás. Si se quiere, un fósil viviente.

Pero que nadie se lleve a engaño. Aunque parezca paradójico, el término primitivo, aplicado a una especie como esta, va asociado al de éxito evolutivo: en el largo y tortuoso camino de la evolución, el duende es uno de los primeros tiburones en alcanzar un diseño corporal óptimo para adaptarse y sobrevivir en el entorno que había elegido. Si apenas ha sufrido cambios morfológicos sustanciales en estos últimos 50 millones de años es sencillamente porque no le ha hecho falta, a diferencia de los mamíferos. En cierto modo podemos decir que es mucho más moderno que nosotros.

Cazador de aguas profundas. El tiburón duende es una especie mesopelágica de la que conocemos muy poco. Se encuentra en los márgenes continentales e insulares y en el talud superior desde los 90 hasta al menos los 1300 m de profundidad, preferentemente entre 270-960 m, y muy rara vez por encima de los 100 m. El que al menos un ejemplar haya sido capturado a 50 m en aguas de 2000 m, hace pensar que tal vez realiza migraciones verticales, pero esto está por confirmar.

El análisis de sus contenidos estomacales ha demostrado que se alimenta tanto cerca del fondo como en distintos puntos de la columna de agua. Sus presas preferidas parecen ser los cefalópodos y teleósteos de cuerpo blando, a juzgar también por el tipo de dentadura: dientes muy finos y alargados, aptos para ensartar presas no demasiado robustas, aunque los dientes posteriores están modificados para triturar, por ejemplo crustáceos.


Especialista en emboscadas. Ciertamente el diseño y estructura corporal de nuestro bicho no invitan a pensar en un velocista o en un cazador activo. Más bien al contrario. Sus aletas, exceptuando las pélvicas y la anal, son pequeñas y redondeadas; la caudal tiene un lóbulo superior bastante largo y un inferior casi inexistente, de tal manera que resulta ineficaz para imprimir al cuerpo el impulso necesario para alcanzar una buena punta de velocidad. Su musculatura es además muy floja y blanda, con miotomos poco desarrollados. La flacidez de su cuerpo, unida a un gran hígado rico en aceites, son la causa de una baja densidad corporal que, a juicio de los especialistas, le confiere una flotabilidad casi neutra.
     Todo ello apunta a un depredador especializado en tender emboscadas. Su estrategia consistiría en mantenerse alerta, flotando prácticamente inmóvil sobre la columna de agua, a la espera de que una presa se ponga a su alcance. Pero se trata de una espera activa, despierta, vigilante, en la que el tiburón pone en juego toda su potente capacidad sensitiva, no solo química o mecánica (olfato, oído, línea lateral), sino sobre todo eléctrica y visual.

La finalidad del largo rostro espatulado del mitsukurina es albergar el mayor número posible de receptores eléctricos (las ampollas de Lorenzini), capaces de detectar los pequeños campos electromágnéticos generados por la actividad muscular de los seres vivos. Por otro lado, y diferencia de muchas especies mesopelágicas, sus ojos, aunque pequeños, son plenamente funcionales, están dotados de una pupila con movilidad, no permanentemente dilatada, que le permite adaptarse a las diferentes condiciones lumínicas de un hábitat repleto, además, de calamares y de otras ricas presas bioluminiscentes. El duende es pues un cazador también visual.


Una vez detectada la presencia de una presa, el tiburón se acercarse a ella con un movimiento lento, sinuoso, casi imperceptible, y silencioso.
     Y entonces lanza el ataque.
     Mediante un mecanismo de disparo similar al de una catapulta, los músculos y ligamentos tensores liberan las temibles mandíbulas, que salen proyectadas a velocidad de vértigo hacia el objetivo; el morro se eleva, y la presa termina ensartada por decenas de largos dientes finos y afilados como agujas. La expansión de la faringe y la acción del gran basihial (una estructura similar a la lengua) que cubre gran parte de la parte inferior de la boca, generan al mismo tiempo un movimiento de succión. Cuando las fauces se retraen hacia su posición inicial, la víctima es irremisiblemente arrastrada hacia la boca.
Como ocurre con muchos peces abisales, la boca del tiburón duende, ya de por si con un tamaño bien generoso, cuando se abre de par en par es enorme, lo que le permite engullir presas bien grandes, seguramente en previsión de largos periodos de escasez de comida en un medio inhóspito.


Talla. La mayor parte de los registros de mitsukurina en nuestra zona corresponden a ejemplares juveniles de alrededor de los 100-175 cm, como ocurre a nivel mundial, si bien la horquilla se amplia hasta cerca de los 300 cm. Los ejemplares adultos son bastante raros. Por supuesto nuestra hembra estaba dentro del rango habitual, con 122,5 cm de longitud y 3,5 kg de peso.
     Pero contrariamente a lo que muchos creen, este tiburón, si le dejamos, puede llegar a alcanzar tallas comparables a las del tiburón blanco. El récord, hasta el momento, lo tiene una hembra capturada en el 2000 en el golfo de México en torno a los 900-1100 m, cuya longitud se estimó entre 540-610 cm (hablamos siempre de longitudes totales).
     El bajo porcentaje de registros de tiburones de grandes tallas se debe con toda probabilidad a que están sujetos a un rango batimétrico mucho más amplio, lo que les permite mantenerse alejados, por el momento, del alcance de los aparejos. Aunque siempre hay excepciones, como el ejemplar de la imagen, que fue capturado hacia los 500 m.

Macho de 384 cm y 210 kg capturado al W de Tasmania en 2004.
No se conocen las tallas de nacimiento, aunque la cifra más aproximada es de 80-90 cm. Los únicos datos de que disponemos indican que los ejemplares más pequeños observados nadando en libertad medían 81,7 cm y 92,8 cm, correspondientes a un macho y a una hembra, respectivamente. Si todos estos números se aproximan a la realidad, podemos concluir que nuestro ejemplar no llegaba ni a adolescente. Las tallas de maduración se cree que andan por los 260-380 cm para los machos y más de 400 cm para las hembras.


Despedida. Para terminar la sesión y la mañana, tomamos datos biométricos (nada menos que 65), una muestra de tejido para genética y el pobre bicho volvió a su bolsa de plástico, y de ahí al arcón. Como ocurrió con el Chlamydoselachus, el Mitsukurina también se fue al Museo de Historia Natural de Santiago. Esta vez no hubo tiempo para unas cervezas.
     Volví a casa con una enorme sonrisa en la cara que me duró varios días y un profundo sentimiento de gratitud, hacia estos bichos, por existir todavía, y sobre todo hacia Rafa, por su generosidad, y por haber hecho posible este sueño.


👉Para conocer más cosas sobre este maravilloso tiburón, y ver también un par de fotos del ejemplar más grande capturado hasta la fecha, véase Tiburón duende (Mitsukurina owstoni).

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